Además de las consecuencias más obvias de la turistificación en torno a la Fiesta de las Ánimas, como son el incremento del costo de vida, el desplazamiento de la población local fuera de los centros urbanos y el colapso de los servicios públicos, habitantes de la ribera del Lago de Pátzcuaro denunciaron que esta problemática está destruyendo la esencia misma de la celebración y pisotea (a veces literalmente) sus tradiciones.
Fotografías: Rodrigo Caballero
Michoacán, México.- Animecha Kejtsïtakua significa en purépecha la “Fiesta de las Ánimas”, y como toda fiesta corre el riesgo de tener invitados que no estaban en la lista; son atraídos por lo exótico de las celebraciones, la gran apertura de las comunidades, la cercanía con las ciudades más grandes del centro de México y el colorido de sus altares y ofrendas.
Aunque es innegable el impulso económico que año tras año aportan los miles de turistas que visitan las comunidades alrededor del lago, su llegada también impacta en la evolución de las tradiciones, diluyendo el valor cultural que tiene la “Fiesta de las Ánimas”. Podrían estar matando a la gallina de los huevos de oro que tanto dinero pagaron por ver.
En el 2024, de acuerdo con datos del Observatorio Turístico de Michoacán, el estado recibió 347 802 visitantes durante los festejos de la Fiesta de las Ánimas, casi 45 000 más que en 2023. Dejaron una derrama económica de 390 347 609 pesos.
Estas cifras se han convertido en el principal motivo de orgullo de la Secretaría de Turismo (Sectur) del estado, así como uno de los mayores argumentos del gobernador, Alfredo Ramírez Bedolla, y la presidenta, Claudia Sheinbaum Pardo, para contrarrestar la imagen de ingobernabilidad e inseguridad que enfrenta Michoacán desde hace décadas.
Para 2025, el gobernador Ramírez espera que las cifras aumenten de 347 000 a 420 000l turistas y que los visitantes no dejen 390 millones de pesos a su paso, sino 500 millones de pesos entre hospedaje, transporte, actividades recreativas, compra de artesanías, alimentos y bebidas.
Año tras año, el gobernador junto a su secretario de turismo, Roberto Monroy García, promocionan lugares como los manantiales de Uranden, el panteón de Arócutin, el centro y los muelles de Pátzcuaro y las comunidades indígenas de Santa Fe de la Laguna, San Jerónimo Purenchécuaro, Tzintzuntzan, Tócuaro y Cuanajo. Esto, con la esperanza de seguir extrayendo recursos de esta celebración, que fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad el siete de noviembre de 2003 por parte de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).

Venderle el alma al turismo
Al igual que sucede en varias regiones del mundo, las consecuencias del arribo masivo de turistas se hacen sentir en los cuatro municipios que rodean el Lago de Pátzcuaro. Uno de los ejemplos más claros es el costo del hospedaje, que en noviembre de 2025 va de 10 000 a 40 000 pesos (unos 2 500 dólares) por las dos noches del Día de Muertos.
“Es increíble cómo han subido los costos por habitaciones en los últimos años, además eso es si todavía encuentras lugares disponibles. Cuando busqué hace un par de meses me encontré que había hoteles con reservaciones desde hace dos años”, dijo Javier Treviño, turista de Monterrey, Nuevo León, quien ha visitado Pátzcuaro en tres ocasiones.
La turistificación es la saturación de visitantes que genera afectaciones económicas, sociales, culturales y en la vida diaria de los residentes; un fenómeno que se comenzó a estudiar en ciudades europeas como Roma, Venecia y París.
Sin embargo, en el caso específico de la Animecha Kejtsïtakua hay un elemento que la hace distinta del turismo masivo que afecta a los pobladores de Valencia, Madrid o Barcelona. Se trata de la irrupción de la profunda intimidad que implica esta celebración, donde hay una mezcla de ritual prehispánico, fe católica y usos y costumbres que cada pueblo y cada familia ejerce para recordar a sus seres queridos.

La Fiesta de las Ánimas es la celebración que el pueblo indígena de los purépechas hace para sus fallecidos, distinta de la Noche de Muertos o los Santos Difuntos, ya que implica el momento en el que los vivos y los muertos comparten un mismo plano de la vida.
De acuerdo con la tradición purépecha, existen tres planos de la vida: Auándarhu, que es el espacio planetario y cósmico; Uarhichao, es decir, el lugar de los muertos; y Echerendo, el plano terrenal donde vivimos todos. El 1 de noviembre es cuando estos planos se entrelazan y las ánimas visitan a sus parientes en la tierra.
“La celebración del Animecha Kejtsïtakua, la ofrenda del Día de las Ánimas, es como cuando sabes que alguien de tu familia va a llegar a visitarte a tu casa y tú tienes la expectativa de volverlo a ver, te invade una alegría y una sensación de satisfacción a la espera de un ser querido”, dijo el historiador y antropólogo, David Linares Tapia.
David Linares es originario de la comunidad de San Jerónimo Purenchécuaro ubicada al norte del Lago de Pátzcuaro, es investigador del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI) y forma parte del Consejo de Kurhikuaeri K’uinchekua, encargado de la organización de la ceremonia del Fuego Nuevo Purépecha cada primero de febrero.
El investigador asegura que la tradición de la Fiesta de las Ánimas se ha convertido en una mercancía y se ofrece como si el evento fuera una puesta en escena para el turismo, cuando en realidad se trata de una ofrenda para recibir a los seres queridos en el día de su regreso.
“Las ofrendas se adecúan al alma de una familia, es la esencia de una casa, no se trata de ganar visitas ni de ser la ofrenda más vista o la más visitada por gente externa. Se trata de un ritual muy íntimo entre una familia y sus seres queridos que ya no están entre nosotros, pero que siguen presentes y nos visitan ese día”, apuntó Linares Tapia.

Pero esta esencia se ve trastocada por la llegada de una gran mayoría de turistas que buscan solamente tomarse una fotografía y se meten a las casas y panteones de las comunidades sin realmente involucrarse en las tradiciones.
Como parte de la costumbre, durante los rezos que se hacen el primero de noviembre, los familiares y conocidos llevan flores a las ofrendas en las casas de sus parientes, para poder llevar a cabo la ceremonia en honor a sus seres queridos, y al final les dan comida como parte del intercambio entre los miembros de la comunidad.
Al ver esto, los turistas lo que han hecho es comprar flores en la calle para intentar cambiarlas por comida en las casas de los comuneros indígenas. Esta conducta ha provocado rechazo por parte de los habitantes de la zona lacustre, especialmente las comunidades que más arraigadas tienen sus tradiciones como Huecorio, Purenchécuaro, Tziróndaro, Puácuaro, Arócutin y Urandén.
“En Tziróndaro tuvimos un caso de una combi llena de turistas que se estacionó afuera de una casa donde estaban rezando y el guía les dijo que se metieran para que les dieran de cenar. Es como si llegaran a tu casa veinte personas esperando que les des de cenar mientras estás en un velorio, así de grave es”, dijo Ana Carolina, habitante de Erongarícuaro.
“A mí lo que más me molesta es que estamos poniendo el altar en el panteón, que para nosotros representa la puerta por la que va a entrar nuestra familia, y ahí llegan a tomarse fotos porque se ve bonito. Pero no respetan, pisan las tumbas y las ofrendas, se recargan en la gente que está rezando y molestan a quienes quieren estar en paz con sus difuntos”, detalló.
Otro problema es el consumo de bebidas alcohólicas. De acuerdo con comerciantes de la región consultados, el principal producto que se vende son las micheladas y los llamados jarritos, que llevan una combinación de refresco y tequila y se consumen durante todo el día y toda la noche de los dos primeros días de noviembre.
“Les interesa que haya espectáculos, que la música esté a todo dar, les gusta tomarse la foto, subirla a redes sociales, les gusta tomar, venirse a emborrachar a las comunidades y andar bailando entre las tumbas. Desafortunadamente eso es lo que se busca”, aseguró el investigador David Linares.

La falta de información y de empatía ha provocado que la oleada de turistas que abarrotan las comunidades los primeros dos días de noviembre choque con el proceso de duelo comunitario que se lleva a cabo a lo largo de la Fiesta de las Ánimas. Por esto, una parte los habitantes de la zona lacustre ya no acepta al turismo.
Estos ritos no tienen nada que ver con los conciertos, altares monumentales, espectáculos de danza y música que están hechos especialmente para el turismo y suceden en otros lugares más abiertos a los visitantes como son Pátzcuaro, Tzintzuntzan, Quiroga y Janitzio.
“Es curioso que muchas comunidades mantienen la esencia de sus tradiciones y tienen una fuerte influencia de sus ritos porque precisamente no son atractivos. Desde afuera se ven aburridos, la gente que viene de fuera no ve nada y por eso cree que no pasa nada, no es lo que quieren ver”, aseguró David Linares.
El investigador pidió a los visitantes involucrarse en las tradiciones y preguntar para entender qué significa la Fiesta de las Ánimas, a fin de evitar más problemáticas entre habitantes y turistas. Así no sólo se ayuda a conservar las tradiciones, sino que se genera una conversación y un nivel de entendimiento entre ambas partes.
“Es muy fácil entender el ritual, no es la Teoría de la Relatividad. Simple y sencillamente pensar que nosotros estamos rindiendo tributo a nuestras ánimas, así como cualquier persona que ha perdido un familiar, sabe lo que es el duelo, la muerte. Si partimos de ahí, de esa comprensión y empatía, vamos a llegar muy lejos”, concluyó.






