El tambor, instrumento musical universal, representa el alma popular venezolana, la música y la danza afrodescendiente fusionada con la fe o el pensamiento mágico, la pedagogía, el empoderamiento femenino y la parranda.
Texto y fotografías: Vanessa Delgado
Miranda, Venezuela.- Para vislumbrar el amplio conocimiento popular y la riqueza expresiva del toque de tambor en Venezuela, hay que visitar pueblos de la costa y parroquias con asentamientos de antepasados negros. Allí hay una gran conexión con la cultura afrovenezolana y con el ritmo del tambor, como en la región de Barlovento en el estado Miranda, conocida por la rebelión de negros esclavos durante la Colonia en Venezuela y por la herencia musical de África.
Son incontables los tipos de tambores y ritmos escuchados del oriente al occidente venezolano, cada pueblo tiene sus propios tambores y se hacen, se cantan y se tocan de formas diferentes. Los más representativos del estado Miranda son el mina, el culo e´puya, el qui-ti-plá. Este, hecho de bambú, es un tambor con autoridad a pesar de su corto tamaño, produce un sonido que destaca.
El lugar que ocupan los tambores en la memoria colectiva de la cultura afrodescendiente venezolana se manifiesta con fervor en las fiestas de los santos de los negros o los santos afrocatólicos. La celebración de mayor relevancia es la fiesta de San Juan Bautista, alrededor de quien se reúnen cada año los tambores y ritmos de casi todos los estados de Venezuela.Es una de las manifestaciones religiosas más importantes del país, en la que se vuelca toda la percusión venezolana alrededor del Santo.
Esta celebración inicia el 1 de junio con el primer repique de tambor para San Juan en su altar, en la casa de sus custodios. Desde el 23 de junio a la medianoche se le hace una velada y se extienden los repiques durante toda la madrugada. El día 24 es llevado, a través de calles con retretas, al templo católico para una misa. Y el día 25 la procesión termina con su encierro. Durante toda la celebración, el culto ocurre alrededor del sonido de tambores.
El espíritu sagrado del tambor: instrumento sacro-mágico
En Caracas, para disfrutar la fiesta de San Juan hay que ir a San Agustín, la parroquia musical de grandes aportes folclóricos y artísticos. De allí es Richard Parada, un músico percusionista y artesano de origen caraqueño, quien goza de una identidad y tradición cultural y religiosa predominantemente afrodescendientes. Richard elabora y da clases de tambor y de “shekeré”, un instrumento de percusión ancestral de origen africano, familia de los instrumentos idiófonos, los cuales producen sonido por su propio cuerpo. Se confunde con el tambor porque se toca sin palo, pero no lleva cuero, ni madera. Se trata de una calabaza envuelta en una malla tejida con semillas o caracoles, con la cual se puede producir sonido solo con la agitación que producen las manos.
Richard ejecuta el shekeré y varios tipos de tambores con un carácter sagrado. Para él, allí, en la madera, habita un espíritu divino proveniente de los árboles. El parche, donde se golpea el tambor, representa la piel estirada del cuerpo físico de una espiritualidad animal con la que, unida a la fuerza, la devoción, la fe y el Ashé humano, “el tambor cobra vida”. Puede hablar, transmitir mensajes divinos y llamar a los ancestros en los rituales de la religión afrocubana o a los espíritus de religiones venezolanas. Entre estas predomina el catolicismo, a causa de la hegemonía de la Iglesia católica, pero coexisten la afroespiritualidad y otras formas de resistencia religiosa, como las creencias indígenas, donde los dioses se expresan y controlan todo a través de la naturaleza.
En el marco del día de la rebelión espiritual, Parada fue reconocido en junio de este año por la Comisión Permanente de Cultura y Patrimonio Histórico del Concejo Municipal de la ciudad de Caracas por su trayectoria musical. Su cofradía ha destacado por preservar y promover expresiones de fe que son imposibles de separar de los sonidos de los repiques de tambor.

Estilos nuevos: mestizaje sonoro
Runyel Barbosa Escobar, músico, percusionista y docente, viene de una familia de Barlovento, “allí se nace con un tambor en la mano”, dice Runyel. A los dos años, se montó en una tarima a tocar las tumbadoras, un tipo de tambor alto conocido como “conga” en Cuba y otros países. Viajando por Venezuela, conoció de tambores afrovenezolanos y se interesó por la percusión, la investigación, la docencia y la fusión de ritmos.
Pensando en crear su propia música, Runyel se preguntó si su raza sigue subyugada por reproducir los mismos géneros musicales de la población negra esclavizada tiempo atrás. Fue así como comenzó su inquietud por la investigación musical y la creación de expresiones rítmicas nuevas con tambores afrovenezolanos. Barbosa combina tambores de uso religioso y festivo con una diversidad de géneros musicales; también los reconoce y ejecuta perfectamente de forma individual.
Su agrupación, Ritmo, Tambor y Fusión, RTF Ensamble, estrenó recientemente la canción Afrika. Allí, el repique, o el ritmo de los tambores, cuenta los quehaceres de la cultura afrovenezolana. En la canción, suenan las tumbadoras africanas y el tambor batá, propio de la religión yoruba. Además, se escuchan festejos peruanos, sangueos de Cuyagua, un pueblo de las costas del estado Aragua, así como la alegría de los cantos del Congo y la nostalgia de los cantos de lamento barloventeños, que hacen referencia al culto a los muertos, o Palo Mayombe, de la religión afrocubana. Se fusionan ritmos electrónicos y afroamericanos como el funk, y también el trap, un subgénero del rap. “Venezuela es como el Barlovento del mundo, musicalmente somos inquietos, hay mucho oído y ritmo aquí”, dice Runyel.
Expresión femenina del tambor
Las mujeres tienen importante participación en los repiques, en las ruedas y “batucadas” o fiestas callejeras y, recientemente, en la elaboración del instrumento. Si tocar tambor nos fortalece colectivamente y representa resistencia y dignidad, es lógico que llegara a manos femeninas.
Históricamente se ha vinculado el tambor a la masculinidad, pero en el desafío de transformar al patriarcado, las mujeres han convertido al tambor en un instrumento de empoderamiento y de expresión femenina. No compiten para tocar más fuerte que los hombres y no todas tocan para lo mismo, aunque estén hermanadas por el instrumento.
El pulso del tambor crea un puente, una conexión de cielo a tierra para algunas personas que lo usan con fines psicoterapéuticos. Otras, son devotas, alaban y dan gracias a Dios, a los Orishas, los muertos, los santos, la naturaleza, la luna, según la creencia.
Hay experiencias individuales y colectivas al repicar o golpear repetidamente un tambor. Meredith Herrera, una de las primeras mujeres que tocó tambor en Curiepe-Barlovento, lleva música en las venas. Cuenta que es herencia africana que las mujeres no tocaran tambor, pero en Venezuela, revalorizamos a las mujeres y desde que son niñas se les permite acercarse a los tambores. Para ella, las escuelas de percusión desde las primeras etapas de Educación Infantil tienen un inmenso aporte social del que ella ha formado parte como docente. También es devota de San Juan, un santo que intercede ante Dios para proveer a sus creyentes de todo lo que necesitan. Meredith le pidió salud para su pie y asegura sentir alivio a su dolor. De allí la frase que expresa la fe afrovenezolana: “Si San Juan lo tiene, San Juan te lo da”.
Hay conversaciones bonitas, encuentros y confrontaciones entre tambores. Hay algo ancestral, espiritual y rítmico que hace que los tambores cobren vida, que resistan al olvido y resuenen en la memoria de la madre África.





