Durante más de quinientos años las potencias de Occidente han saqueado a nuestro continente para adquirir materias primas. El caso de México resalta las dimensiones del saqueo: de la plata colonial al oro y petróleo actuales, la lógica de extracción y exportación permanece. La riqueza se valoriza en el extranjero, mientras en el país quedan los pasivos ambientales, conflictos sociales y una renta escasa.
Fotografías: Cortesía y Heriberto Paredes
Ciudad de México.- Durante más de quinientos años, México ha sido escenario de una misma historia: la extracción masiva de recursos naturales y su exportación al extranjero. Lo que cambia son los actores y los mecanismos, pero la lógica permanece. El país funciona como proveedor de materias primas baratas que se procesan y valorizan en otros lugares, mientras que aquí quedan los pasivos ambientales y una renta escasa.
Primero fue la plata. Desde mediados del siglo XVI, las minas de Zacatecas, Guanajuato y San Luis Potosí comenzaron a producir en volúmenes nunca vistos. Los registros de la Casa de Contratación en Sevilla documentan que tan solo en el siglo XVI llegaron a la península 16 887 toneladas de plata, y que esa cifra se elevó a más de 26 000 toneladas en el XVII. Esa riqueza no se quedaba en América: financiaba a los banqueros europeos, servía para pagar guerras y se convertía en moneda universal: el famoso real de a ocho, que circulaba tanto en los mercados de Ámsterdam como en los de Manila. América era el territorio de extracción; Europa, el lugar de acumulación.
Con el paso de los siglos, la lógica se reacomodó, pero no se interrumpió. En el siglo XXI, el oro cumple un papel similar al de la plata colonial. Empresas canadienses operan decenas de proyectos en México y colocan el metal en el mercado internacional. Pero ya no se trata solo de joyería o de reserva monetaria: hoy el oro es también un activo financiero, una mercancía que alimenta la especulación en bolsas y fondos de inversión. La diferencia es que ahora el saqueo no se hace con galeones, sino con flujos electrónicos de capital: el oro extraído en Guerrero o Sonora termina convertido en lingotes certificados en Suiza o Canadá, y esos lingotes son los que cotizan en Londres o Nueva York. De nuevo, la riqueza real fluye hacia fuera.
Y luego está el petróleo, que se convirtió en símbolo de soberanía tras la expropiación de 1938. Durante décadas, Pemex fue presentado como “palanca del desarrollo nacional”. Sin embargo, la estructura siguió dependiendo de la exportación de crudo. A finales de 2024, México producía alrededor de 1.67 millones de barriles diarios, de los cuales la mayoría se enviaba al extranjero, sobre todo a Estados Unidos. El ciclo es conocido: se exporta el petróleo sin refinar y se importan gasolinas y diésel a precios más altos. La paradoja es que, en nombre de la soberanía, se sigue reproduciendo la dependencia.
Así, de la plata colonial al oro contemporáneo y al petróleo del presente, la constante es clara: México aporta el recurso, otros capturan el valor. Lo que ayer se justificaba como engranaje del imperio español, hoy se disfraza de modernización, de inversión extranjera o de integración comercial. Pero en ambos casos, lo que se acumula en México son los daños, no la riqueza.

La noche triste tuvo luna de Plata
Cinco siglos después, el guión apenas cambió, aunque los escenarios y los actores se transformaron. La diferencia es que, en lugar de galeones cargados de plata rumbo a Sevilla, hoy son corporaciones listadas en bolsas internacionales las que extraen oro y plata en México para luego repatriar las utilidades a Toronto, Vancouver o Zúrich. La organización sin fines de lucro Fundar lo resume con claridad: la minería canadiense en México reproduce la lógica de extracción y fuga de valor hacia países con mayor influencia en Occidente, a costa de la estabilidad y la tranquilidad de las regiones donde se lleva a cabo la explotación.
“Los principales beneficiarios inmediatos son las casas matrices, accionistas y fondos internacionales vinculados a las empresas mineras; a escala local, hay beneficios limitados y concentrados —contratos, regalías, empleos temporales— mientras que las rentas mayores tienden a salir del país”, se lee en el informe Minería canadiense en México. Es un diagnóstico demoledor porque evidencia que, pese a las promesas de desarrollo, las comunidades mineras siguen recibiendo migajas: trabajos precarios, algunos caminos reparados, quizá una escuela pintada. A cambio, entregan agua contaminada, montañas destruidas y conflictos internos.
Las cifras lo confirman. México continúa siendo el primer productor mundial de plata: en 2023 colocó en el mercado internacional más de veintiséis mil toneladas de este metal precioso, junto con alrededor de ciento cuarenta toneladas de oro. Pero ese volumen, que debería traducirse en prosperidad para el país, se transforma en dividendos para accionistas extranjeros. El oro mexicano suele enviarse a refinerías en Suiza y Canadá, donde adquiere el sello de “buena entrega” de la London Bullion Market Association, requisito indispensable para entrar en el circuito financiero global.
La plata, por su parte, encuentra su destino principal en Estados Unidos, donde alimenta industrias tecnológicas, médicas y joyeras. En ambos casos, el valor agregado se genera fuera, mientras que los costos sociales y ambientales permanecen dentro. Lo que en el siglo XVI fue la mita andina o la explotación de indígenas en Zacatecas y Guanajuato, hoy son jornales eventuales y comunidades fracturadas por la minería a cielo abierto. La retórica del progreso encubre la misma estructura de fondo: extraer, exportar y dejar la riqueza en manos ajenas.

El costo de la apertura: extractivismo petrolero
El petróleo, ese “oro negro” que en 1938 se convirtió en símbolo de soberanía nacional, hoy refleja como pocos la tensión entre independencia y dependencia. Tras la Reforma Energética de 2013, que puso fin a un monopolio estatal de más de siete décadas, la premisa fue clara: atraer capital, tecnología y experiencia extranjera para acceder a reservas cada vez más complejas, como las de aguas profundas del golfo de México. En el papel, se trataba de complementar a Pemex, pero en la práctica significó abrir el mapa energético a corporaciones transnacionales que ahora disputan las áreas más ricas de la plataforma continental.
La Comisión Nacional de Hidrocarburos (CNH) ha adjudicado decenas de contratos a operadores de distintos países. La italiana Eni opera el Área 1 —Amoca, Miztón y Tecoalli— y produce más de cincuenta mil barriles equivalentes diarios. La argentina Hokchi Energy extrae más de treinta mil barriles en el Campo Hokchi. Fieldwood Energy, de Estados Unidos, y compañías como Repsol y Shell en aguas profundas han reconfigurado la geografía petrolera mexicana. El caso más exitoso, hasta ahora, es el de Eni, que en pocos años se consolidó como el principal operador privado en aguas someras, aportando buena parte de la producción incremental del país.
Pero las cifras de producción esconden un costo más profundo. La legislación mexicana otorga a las actividades petroleras la categoría de utilidad pública y preferente, lo que facilita la ocupación temporal de tierras ejidales y comunales, incluso en territorios con alta presencia indígena y campesina. En muchos casos, los procesos de consulta indígena han sido cuestionados por incompletos o manipulados, lejos de garantizar el consentimiento libre, previo e informado que exige el derecho internacional. La expansión de ductos y pozos no solo desplaza actividades agrícolas, también altera la vida comunitaria y erosiona la relación con la tierra.
Los impactos ambientales son otro capítulo del costo oculto. Aunque existe una agencia especializada para vigilar la seguridad energética, el incremento de perforaciones en mar y tierra multiplica el riesgo de derrames, fugas y desechos tóxicos. Los ecosistemas costeros, humedales y zonas de pesca son los más vulnerables. Y la apuesta por aguas profundas introduce un nivel de fragilidad extrema. Basta recordar la catástrofe del golfo de México en 2010 para dimensionar lo que un accidente de gran escala podría significar en costas mexicanas.
En lo económico, el dilema es igual de grave. Bajo el esquema de contratos, el Estado no recibe la totalidad de la renta petrolera, sino una fracción pactada con cada operador. Para críticos del modelo, se trata de una privatización encubierta de los beneficios y un alivio de riesgos para las corporaciones, mientras Pemex sigue cargando con la deuda de ser la petrolera más endeudada del mundo. El Gobierno mexicano, una y otra vez, destina miles de millones de pesos de recursos públicos para rescatar a la empresa, mientras el capital privado opera con garantías de mercado y con la seguridad de un marco legal favorable.
El nuevo extractivismo petrolero es, por tanto, una espada de doble filo: inyecta inversión y tecnología que permiten mantener la producción, pero al mismo tiempo erosiona la soberanía, profundiza los conflictos sociales y multiplica los pasivos ambientales.
La paradoja es brutal: el recurso que se convirtió en bandera nacional hoy es el mismo que, en nombre de la modernización, abre la puerta a un nuevo ciclo de despojo. Como ocurrió con la plata colonial y ocurre con el oro contemporáneo, el petróleo confirma que México sigue atrapado en una lógica de extracción que acumula riqueza afuera y deja los costos adentro.
Recurso | Producción anual en México (último dato disponible) | Empresas / proyectos emblemáticos | Países / destinos principales de exportación / procesamiento | Fuente / nota clave |
---|---|---|---|---|
Plata | ~ 6,300 toneladas métricas (2024) (CEIC Data) | Fresnillo plc (mina Proaño), Peñoles, proyecto Peñasquito (Newmont) (Wikipedia) | Estados Unidos (exportaciones de plata no trabajada) | USGS / CEIC (producción) (CEIC Data) |
Oro | ~ 130,000 kg = 130 toneladas métricas (2024) (CEIC Data) | Fresnillo plc (opera minas mixtas oro-plata), Peñasquito (Newmont) (Wikipedia) | Refinerías certificadas en Suiza / Canadá (lingotes “buena entrega”) y mercados internacionales | USGS / CEIC (CEIC Data) |
Petróleo (crudo / hidrocarburos líquidos) | ~ 1.67 millones barriles por día (reportado para 4T24) | Pemex es el principal productor; operadores privados internacionales en bloques adjudicados (Eni, Repsol, Shell, Fieldwood, etc.) | Estados Unidos es destino principal del crudo exportado (≈ 81 % del valor energético exportado 2023) | Reporte Pemex 4T24; análisis energético México-EE. UU. |
Nota: En el sector petrolero, los contratos adjudicados a empresas internacionales cambian con las rondas petroleras; la cifra de producción consolidada (1.67 millones bpd) proviene del reporte oficial de Pemex.
El porcentaje del 81 % para exportaciones de petróleo hacia EE. UU. corresponde al valor energético exportado en 2023, según análisis energéticos del comercio México–EE. UU.