Esta es la historia de un sueño que echó raíces en la esperanza y se hizo barco. Lleva el nombre de un árbol robusto y viajero, y navega hacia el sur, remando contra la marea del ruido para buscar un tiempo propio y contar las historias que importan.
Cuando imaginamos Ceiba, nuestro medio aún no tenía nombre ni apellido. Era más un sueño forjado a base de charlas, cafés, cervezas, lunas, playas y montañas. Era, para decirlo de una forma metafórica, una casualidad ineludible, casi predestinada, aunque nadie en esta redacción sepa definir qué caramba es el destino.
El sueño nos llegó por accidente, como diría Caparrós.
No por ello nuestra historia es menos poética, pues nace en aquel desierto al que se llega después de galopar caminos de nostalgia, desnucar hastíos o erosionar los crepúsculos con llanto, como lo describiría Abigael Bohórquez en su poema Elegía a Sonora.
Al principio, el sueño parecía una locura. Tal vez lo era: ¿cómo era posible que, mientras tantos medios anunciaban crisis y cerraban sus persianas, alguien proponía crear algo nuevo? ¿Cómo un grupo de gente de apellidos sencillos proponía crear una suerte de oasis entre la sequía?
Definitivamente era una locura, pero lo hicimos.
Y así, en medio del caos, en un mundo que atestigua un genocidio y la celebración del fascismo en las urnas, decidimos remar a contramarea hacia el sur, creando nuestro propio tiempo.
Navegamos con una bandera que dice que nuestra patria no es otra, sino nuestra memoria, y en un barco hecho con la madera de un árbol presente en las regiones tropicales, desde México hasta Suramérica, incluyendo el Caribe. La ceiba de los taínos, Yaaxché en maya, Sumauma y Paneira en Brasil, Pochote en México, Huimba y Samahuma en Perú, Toborochi y Mapajo en Bolivia, Bonga en Colombia, Guambush en Ecuador, Palo Borracho en Argentina. Un árbol que crece lentamente, fuerte, con espinas de protección, flores para la fecundación y semillas viajeras. Árbol que resiste sequías e inundaciones.

Somos Ceiba, periodismo con memoria, un árbol con raíces que se extienden entre dos territorios clave: el México de Morelos y la Venezuela de Bolívar.
Ambos libertadores. Estrategas del primer movimiento emancipador de las colonias españolas en América a inicios del siglo XIX. Escribimos desde estos territorios, llenos de historia, contradicciones y revoluciones inconclusas, en proceso o traicionadas. Desde la tierra y libertad de Zapata, en México; o de la comuna o nada de Chávez, en Venezuela.
Somos Ceiba, un proyecto «inusual y extraordinario» que en medio de tanto ruido apuesta a la calma sin dejar de gritar cuando es necesario. Un proyecto que ante el frenesí de la realidad apuesta a otro tiempo para contar lo que queremos y en lo que creemos sin plegar nuestra agenda a los centros financieros mundiales, gobiernos o iglesias.
Algunos dirán que esto es una locura, y tal vez lo sea. Sin embargo, en medio de tanta «cordura» que ve como normal los genocidios, la explotación, el sometimiento y la dominación, apostarle a la locura parece una opción irrenunciable para imaginar y -sobre todo- construir otros mundos.
