La alegría también es un derecho

por | Nov 30, 2025

Marcela Chávez y Andrei Morales lideran procesos de formación deportiva con enfoque campesino en el suroccidente colombiano. A través del juego y el deporte, promueven la construcción de tejido social, el fortalecimiento de la identidad cultural campesina y la consolidación de procesos de resistencia y paz.

Fotografías: Proceso de Unidad Popular del Suroccidente Colombiano

Cauca, Colombia.− Marcela Chávez es campesina, licenciada en Educación Física. Nació en 1991, en Argelia, un municipio de la cordillera occidental del departamento del Cauca, en Colombia. Andrei Morales es campesino, profesional en Administración Deportiva, integrante de la Asociación Campesina de Inzá-Tierradentro (ACIT) del municipio de Inzá, un territorio enclavado en las montañas de la cordillera central colombiana.

Junto a otros compañeros y compañeras, lideran las propuestas de formación deportiva con enfoque diferencial campesino del Proceso de Unidad Popular del Suroccidente Colombiano (PUPSOC), organización que, a su vez, es integrante de la Mesa de Interlocución y Acuerdo (MIA CAUCA), un espacio de concertación y diálogo entre comunidades del departamento del Cauca, organismos gubernamentales y otras instituciones.

Las propuestas de formación deportiva del PUPSOC son importantes, puesto que representan un esfuerzo en los procesos de reconocimiento de la comunidad campesina como sujeto colectivo de derechos, mediante la defensa de su derecho al deporte, desde sus construcciones identitarias como comunidad campesina.

Conozco a Marcela y a Andrei desde hace algunos años. En nuestros últimos encuentros conversamos en torno al papel que tiene el juego y el deporte en el fortalecimiento y la construcción de tejido social. Ambos están convencidos del poder transformador de su trabajo y, sobre todo, de esa capacidad que tiene la gente de sobreponerse a las vicisitudes de su contexto.



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Marcela salió de Argelia junto a su familia en el año 2002, después de que la guerrilla se tomara el pueblo y destruyera su casa. Según cifras del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), Argelia se ubica en el tercer lugar entre los municipios con más incursiones guerrilleras en Colombia entre los años 1965 y 2013, después de Toribio y Caldono (32, 30 y 25 tomas guerrilleras, respectivamente). Este territorio, por su posición geoestratégica, ha sido corredor de grupos armados que han disputado el control territorial durante muchos años; sobre todo, se ha constituido como parte de las rutas fundamentales para la producción y transporte de drogas a través del océano Pacífico. Todo este panorama lleva a que, en la actualidad, Argelia no haya perdido protagonismo en la nueva configuración de los conflictos que se desarrollan en el Cauca, y que tienen consecuencias más allá de sus territorios.

“¿Qué recuerdas de eso?”, le pregunto. “No, ya ves que de eso no recuerdo nada. Yo tenía como diez años. De lo que sí me acuerdo es del juego. Yo me la quería pasar en la calle jugando futbol. Desde siempre he sido así, pero yo acordarme de esas cosas, no… y no sé por qué. Pero te cuento que tenía un montón de problemas con mi mamá porque yo solo quería jugar, hasta grande en el colegio me regañaban. Yo creo que también era un acto de rebeldía, porque era raro que una mujer, hace casi treinta años, jugara fútbol con hombres. Y era más raro en un pueblo, en la ruralidad, donde el machismo era más marcado. Pero eran espacios donde sentía que en verdad era yo. Después ya entré a la universidad y fue donde empecé a entrenar de manera más profesional. Esa es otra historia”.

Foto: Héctor Cortéz Muñoz


Andrei, por su parte, vivió en Inzá hasta sus cuatro años, cuando se mudó a Cali (Valle del Cauca). Regresó a su pueblo cuando tenía diez: “De esos primeros años no recuerdo mucho, solo tengo como chispazos, como fotografías, videos muy cortos en mi memoria. Recuerdo las montañas, el fogón de leña, las reuniones en familia. En cambio, desde los diez años ya tengo más conciencia. Recuerdo, por ejemplo, los viernes, que nos reuníamos a las cuatro de la tarde en la cancha a jugar hasta que alguien por allá decía riendo: ‘Bueno, ya, vámonos que se fue el sol’. Jugábamos hasta que el día nos permitía ver el balón. Entrenábamos ese día, el sábado era el mercado, y el domingo nos juntábamos entre las veredas a jugar cuadrangulares o campeonato. Yo jugaba bastante, era muy talentoso…”.

Con Andrei conversé hace unos días sobre deporte y juegos campesinos y tradicionales. Me habló del proceso de “descampesinización del campo”, que, en sus palabras, “no es otra cosa que acciones encaminadas hacia la pérdida de identidad y el olvido de su historia por parte de las comunidades como condición para su despojo, explotación y dominio social, económico, político y cultural… Por eso nosotros encontramos en el deporte un espacio de fortalecimiento de nuestra identidad, y eso, sin ingenuidades, también representa un territorio en disputa, porque son las condiciones materiales las que condicionan las estructuras ideológicas. Por ejemplo, la gente era conservadora porque el conservador era el que le prometía el polideportivo o le entregaba un uniforme a la gente, pero por ahí derecho les despojaba de su capacidad de reflexionar, o de pensar sobre sus derechos. Debemos aprender a conquistar nuestros derechos. Por eso para nosotros el deporte es un eje, una herramienta política, pero, para que cambien las condiciones materiales e inmateriales sociales de los colectivos, no para que cambien las condiciones materiales de un particular”.

Foto Cortesía de Proceso de Unidad Popular del Suroccidente Colombiano – PUPSOC (Archivo II Juegos Campesinos, 2024)

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Marcela y Andrei fueron niña y niño del campo, crecían entre ríos, atravesaban caminos de herradura, jugaban fútbol en canchas de tierra pelada, huían del regaño de sus padres por llegar tarde. Mucha de esa rebeldía, de esa inquietud que obligaba a salir de casa en búsqueda de la alegría, a pesar del temor y la incertidumbre, germina hoy en sus corazones y brota como fuerza imparable de organización y vocación comunitaria. Una fuerza y un ánimo que comparten también con los niños y niñas de ahora, porque, por ejemplo, como cuenta Marcela, “uno va a Inzá y se encuentra que se fue la banca de la vía; o en Argelia, donde hay un montón de conflictos, y a pesar de eso los niños llegan cumplidos, con su uniforme, sin importar que a media hora esté la guerrilla o que dos días antes haya habido disparos. Eso es admirable y es porque el deporte tiene una magia, desde lo comunitario, desde lo personal…”.

En este contexto se enmarcan las luchas que durante décadas las organizaciones sociales campesinas han adelantado en la búsqueda del reconocimiento del campesinado como sujeto político y de derechos, no solo en lo deportivo, sino en la complejidad de sus vidas, de sus relaciones con el mundo. Marcela y Andrei hacen parte de esas luchas.

En el año 2018, la Corte Suprema de Justicia, en su fallo de tutela STP2028-2018 −una acción jurídica que se sumó a los procesos de movilización que tuvieron lugar en Colombia por cerca de veinte años−, ordenó la elaboración de Conceptualización del campesinado. El documento permite el acercamiento a la comprensión de lo que es ser campesino o campesina en Colombia, en todas sus dimensiones, con una perspectiva diferencial con respecto a la cultura indígena y otros grupos culturales.

La Conceptualización da pie a que sea incluida la categoría de “campesinado” en los instrumentos censales del país y, a su vez, se permita la ejecución y concreción de acciones afirmativas de gobierno para su reconocimiento, buscando la igualdad material y efectiva de este grupo vulnerable (ver artículo 13 de la Constitución Política de Colombia) a través de políticas públicas en su beneficio, las cuales requieren desarrollo en derecho positivo y trazadores presupuestales que garanticen su cumplimiento.



Además, en la Conceptualización se reconocen, inicialmente, las dimensiones territorial, productiva, asociativa y cultural. Sin embargo, gracias al trabajo insistente de las comunidades, especialmente del departamento del Cauca, hoy se han reconocido las dimensiones política, ambiental, territorial, económico-productiva, organizativa y cultural. Actualmente se busca hacer evidente y explícito que dentro de esta última dimensión se encuentran las dimensiones artísticas, comunicativas, recreativo-deportivas, entre otras. Andrei ha sido uno de los dinamizadores más comprometidos en esa necesidad de reconocer, en estas prácticas y expresiones de las comunidades, una fuerza muy importante en los procesos de organización y vida comunitaria.



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Y aunque parezca evidente, preguntamos: ¿por qué es importante su reconocimiento?

Dicen que lo que no se nombra no existe, por eso hay que jugar (jugársela) para existir. Ahora, mientras su hijo corre alrededor de la cancha que está al lado del café donde nos reunimos, Andrei me habla sobre los Juegos Campesinos que, desde el 2023, ha organizado el Proceso de Unidad Popular de Suroccidente Colombiano (PUPSOC), que él lidera junto a Marcela. En ellos, campesinos se reúnen para jugar partidos de fútbol, para hacer carreras en carretillas o en costales, competencias de rajaleña o de cacha.

“Nos reunimos para recrearnos… para re-crearnos, porque el campesinado tiene una responsabilidad con la creación, con la construcción de pensamiento para su cultura, para la recampesinización de los territorios. Así como en nuestras organizaciones hablamos de proteger el agua, de oponernos al extractivismo, así como hablamos y creamos políticas populares, debemos pensar en el deporte, en el arte, debemos convencernos de que esas expresiones no son decorativas ni pasivas. Son un elemento muy importante para lograr todos esos sueños, de todo ese plan de vida comunitario, ese plan de desarrollo campesino, en nuestro caso”.

En eso coincide Marcela, quien me habló de las Jornadas deportivas escolares complementarias, que “son una experiencia única en Colombia con enfoque diferencial campesino” y que surgieron como fruto de las negociaciones en la MIA CAUCA. Actualmente cuentan con el apoyo del Ministerio de Deporte, y atienden a niños y niñas de ocho municipios del departamento.

“El deporte en la ruralidad tiene un sentido muy comunitario. Tiene el poder de juntar a la gente, a los territorios, nos convoca. Porque, por ejemplo, ¿Cuándo ha visto usted que en nuestros pueblos alguien haga un campeonato en beneficio particular? Eso casi no pasa. Los hacen en beneficio de su comunidad, para ayudar a un vecino, pero no con sentido individual. Ahí se van entrelazando otras cosas, eso otro que tiene el deporte. Nosotros estamos convencidos de que el deporte tiene un sentido político y crítico porque es la alegría de la vida”, afirma Marcela.



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Todas estas cosas no nos hablan solo de escenarios de reconocimiento material, sino que están atravesados por reivindicaciones más profundas que, justamente, atienden a esa lucha por ser nombrados, por no desaparecer, por existir, por conseguir herramientas para hacerle el quite al olvido, para echar raíces en los suelos donde duerme y juega la infancia que fue, la que tuvimos, la que aún corre y se sonríe en las montañas en medio de la violencia y la zozobra, pero que se niega a la muerte. Porque así abrigan la esperanza las comunidades: con goles anotados en botas pantaneras, organizando campeonatos para apoyar al paisano enfermo, jugando cacha o haciendo bailar el trompo, saltando la rayuela o echando a rodar la llanta de la bicicleta para empujarla con una vara. Y es que por sobre todas las cosas, el derecho al deporte y al juego es eminentemente el derecho a la alegría, a la infancia, es el derecho de vivir con la certeza de quien se sabe parte de otros.

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